Ejercicios prácticos (matinales):
Semántica y concepto de cincuenta sustantivos adjetivisados y azarosos. Cover de una canción de Ray Bradbury.
- La melodía de la calma
- Agua dulce que viene y va
- Mar bajo un cielo gris
- Tierra roja, revuelta
- Jovencita de piel morena y vestido blanco
- Palmas sobre una playa triste
- Arena blanca y sin refinar
- Noche en ningún lugar
- Ciudad en movimiento
- Automóvil y sus luces de guía
- Telar en tensión
- Gato sobre el tejado
- Yogurt para beber
- Café caliente
- Terrones de azúcar
- Mirar por la ventana
- Gusanos que se retuercen
- Campo verde y plano
- Las montañas que se notan azules desde lo lejos
- El raspar de una guitarra
- Una cerca blanca de madera
- El ruido de las cigarras y las golondrinas
- Viajando en camión sobre un camino irregular
- Música que aísla el ruido exterior
- El estrés de morir sobre la plancha
- Precipitaciones, fuertes y ligeras
- Un papel en blanco
- El dibujo de una mujer
- La luz que se filtra sobre las persianas
- Una pila de cachorros divertidos
- La sensación del frío al abrir el refrigerador
- Una cerveza en verano
- El sudor de una lata fría a temperatura ambiente
- Carne asándose sobre la parrilla
- El silencio general
- La hierba que crece en los edificios abandonados
- Un montón de grietas sobre el suelo
- Las bestias marchando entre las avenidas
- Semáforos en rojo, amarillo y verde
- El negro tan negro de la carretera
- Los señalamientos arqueados
- Deslave
- Una rockola que al azar toca la música preferida
- Una bruma que invade el rural
- Un pueblo desenfocado de la cámara
- Postes de luz
- Aves sobre el telar de cables negros
- La vista puesta en el cielo raso
- Un avión que deja un rastro blanco hasta la luna
- Los dedos haciendo percusión sobre el pantalón
Rienda suelta a la íntima conversación. Jugar al ping pong de mesa contra la pared y nadie más.
Desde las diez de la noche no paró de llover hasta muy temprano el día de hoy y ello me tranquiliza. Me tranquiliza cuando llueve por el olor a tierra revuelta, por la caída en la temperatura y porque puedo caminar de regreso a casa canturreando lo que por azar aparezca en el reproductor (entiendo que ya antes he hablado de eso y me sabe a trabalenguas). La gente así no habla de más, o no lo tachan a uno de loco, porque las calles se encuentran desiertas; aunque de vez en vez aparece un espíritu errante y mantiene su mirada puesta en mí. Como si nunca hubiese disfrutado de la lluvia, o de cantar, o de cantar bajo la lluvia. Como si nunca hubiese sido niño, o un personaje enamorado, o un padre celebrando, o un ente despechado, o una figura atrapada, o un carcelero sin las llaves, o una luciérnaga sobre las flores. No dejó de llover, decía yo, porque en la mañana a las calles se les había olvidado el olor a ceniza y fuego eterno. Salpicaba el trote y las aves se revolcaban sobre la fuente de los baches. Y todo olía a nuevo. Como si la ciudad también cambiara de piel cada vez que una tormenta pasa. Como si se barriera el polvo de todo un temporal de sequía y tristeza y cansancio y presión arterial y despensa para diez y subir al camión a buena hora o el saldo mínimo se hará todavía más mínimo. Me gusta caminar con los pies casi desnudos sobre el pueblo que recién se ha tomado un baño. Es tierra virgen, es tierra nueva. Como cuando las células de la piel mueren y unas más toman su lugar. Como los soldados de la guardia inglesa. Como cambiar de rieles en las vías del tren. Ojalá pudiera subir a un tren en movimiento. Sin saber a donde va. A la espera de encontrar algo que no se que. Ver el matiz que deja otro tipo de lluvia. Ver sus colores, olfatear sus aromas. Percibir el pedigree de cada torrente de clima gris. Entender las huellas dactilares de las gotas sobre el cristal. Descifrar los misterios de la ducha. Tenderse al sol en la mañana para agrietar los pliegues en la piel. Y esperar una vez más la lluvia. Y silbar al viento con una espiga de trigo dorado atrapada entre los dientes.