notas sueltas (e incompletas) XLIII

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Ejercicios prácticos (matinales):

Semántica y concepto de cincuenta sustantivos adjetivisados y azarosos. Cover de una canción de Ray Bradbury.

  1. La melodía de la calma
  2. Agua dulce que viene y va
  3. Mar bajo un cielo gris
  4. Tierra roja, revuelta
  5. Jovencita de piel morena y vestido blanco
  6. Palmas sobre una playa triste
  7. Arena blanca y sin refinar
  8. Noche en ningún lugar
  9. Ciudad en movimiento
  10. Automóvil y sus luces de guía
  11. Telar en tensión
  12. Gato sobre el tejado
  13. Yogurt para beber
  14. Café caliente
  15. Terrones de azúcar
  16. Mirar por la ventana
  17. Gusanos que se retuercen
  18. Campo verde y plano
  19. Las montañas que se notan azules desde lo lejos
  20. El raspar de una guitarra
  21. Una cerca blanca de madera
  22. El ruido de las cigarras y las golondrinas
  23. Viajando en camión sobre un camino irregular
  24. Música que aísla el ruido exterior
  25. El estrés de morir sobre la plancha
  26. Precipitaciones, fuertes y ligeras
  27. Un papel en blanco
  28. El dibujo de una mujer
  29. La luz que se filtra sobre las persianas
  30. Una pila de cachorros divertidos
  31. La sensación del frío al abrir el refrigerador
  32. Una cerveza en verano
  33. El sudor de una lata fría a temperatura ambiente
  34. Carne asándose sobre la parrilla
  35. El silencio general
  36. La hierba que crece en los edificios abandonados
  37. Un montón de grietas sobre el suelo
  38. Las bestias marchando entre las avenidas
  39. Semáforos en rojo, amarillo y verde
  40. El negro tan negro de la carretera
  41. Los señalamientos arqueados
  42. Deslave
  43. Una rockola que al azar toca la música preferida
  44. Una bruma que invade el rural
  45. Un pueblo desenfocado de la cámara
  46. Postes de luz
  47. Aves sobre el telar de cables negros
  48. La vista puesta en el cielo raso
  49. Un avión que deja un rastro blanco hasta la luna
  50. Los dedos haciendo percusión sobre el pantalón

 

Rienda suelta a la íntima conversación. Jugar al ping pong de mesa contra la pared y nadie más.

 

Desde las diez de la noche no paró de llover hasta muy temprano el día de hoy y ello me tranquiliza. Me tranquiliza cuando llueve por el olor a tierra revuelta, por la caída en la temperatura y porque puedo caminar de regreso a casa canturreando lo que por azar aparezca en el reproductor (entiendo que ya antes he hablado de eso y me sabe a trabalenguas). La gente así no habla de más, o no lo tachan a uno de loco, porque las calles se encuentran desiertas; aunque de vez en vez aparece un espíritu errante y mantiene su mirada puesta en mí. Como si nunca hubiese disfrutado de la lluvia, o de cantar, o de cantar bajo la lluvia. Como si nunca hubiese sido niño, o un personaje enamorado, o un padre celebrando, o un ente despechado, o una figura atrapada, o un carcelero sin las llaves, o una luciérnaga sobre las flores. No dejó de llover, decía yo, porque en la mañana a las calles se les había olvidado el olor a ceniza y fuego eterno. Salpicaba el trote y las aves se revolcaban sobre la fuente de los baches. Y todo olía a nuevo. Como si la ciudad también cambiara de piel cada vez que una tormenta pasa. Como si se barriera el polvo de todo un temporal de sequía y tristeza y cansancio y presión arterial y despensa para diez y subir al camión a buena hora o el saldo mínimo se hará todavía más mínimo. Me gusta caminar con los pies casi desnudos sobre el pueblo que recién se ha tomado un baño. Es tierra virgen, es tierra nueva. Como cuando las células de la piel mueren y unas más toman su lugar. Como los soldados de la guardia inglesa. Como cambiar de rieles en las vías del tren. Ojalá pudiera subir a un tren en movimiento. Sin saber a donde va. A la espera de encontrar algo que no se que. Ver el matiz que deja otro tipo de lluvia. Ver sus colores, olfatear sus aromas. Percibir el pedigree de cada torrente de clima gris. Entender las huellas dactilares de las gotas sobre el cristal. Descifrar los misterios de la ducha. Tenderse al sol en la mañana para agrietar los pliegues en la piel. Y esperar una vez más la lluvia. Y silbar al viento con una espiga de trigo dorado atrapada entre los dientes.

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