notas sueltas (e incompletas) CXLIV

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—A veces lo pienso ¿sabes? A veces pienso y me pierdo en el concepto de la dolosa caída de la humanidad. En su completa aniquilación. En el punto final de los finales —doy principio. —No lo hago por malicia, más bien para pasar el rato. Es como contar ovejas para quién no puede quedarse dormido enseguida. Yo, en cambio, cuento las posibilidades y las probabilidades; cuento las horas, minutos y segundos antes del día del juicio final —me detengo un poco sólo para pasarme la lengua por los labios. —Pongamos de ejemplo que estás en la fila del cine y sólo tienen dos taquillas abiertas. La película comienza en diez minutos y estás a ocho personas de distancia. Tal vez, de estas ocho personas, seis miran su celular, actualizan sus redes sociales, se comunican con personajes ficticios y realistas. Entonces voy yo y provoco la caída de los servidores. En mi mente, como si tuviera el poder de freír dispositivos electrónicos hasta la raíz con el poder del pensamiento, excito los procesadores, sobre caliento las matrices, saturo los sistemas y, en una reacción en cadena, aparto al hombre del camino del progreso en la tecnología —no puedo evitar sonreír. —Cómo una corriente eléctrica que va de enchufe a enchufe hasta la caja de fusibles —carraspeo y exhalo un suspiro largo. —A veces no soy yo pero me siento culpable. A veces imagino el nivel del mar que se levanta por encima de la acera en el centro hasta el balcón en el palacio municipal y me siento culpable. Cómo si yo fuese el único que se ha cargado a la verga la capa de ozono. Cómo si me hubiera pasado los últimos veintinueve años sentado en el suelo vaciando una lata de spray para el cabello tras otro —al mirar por la ventana me doy cuenta de que se avecina una tormenta. —Entonces una tempestad de esas que ni te imaginas. Un viento que arrecia vertiginoso, olas del tamaño de rascacielos, rayos y centellas que van partiendo el cielo por la mitad con la precisión de un médico cirujano. La tierra que se rompe por la mitad como una galleta de avena entre los dientes. Ya ni siquiera se pueden escuchar los gritos. Ya ni siquiera vale la pena correr como desquiciados buscando refugio —ahora hay silencio. La lluvia se precipita suave frente a la ventana. La dulce melodía del agua estrellándose sobre el cristal poco a poco me entrega al sueño. —No me creo eso de que los muertos se levanten. O que el infierno se desate y comience una épica batalla por el control de la humanidad entre ángeles y demonios. A veces si hasta me entra duda de las calamidades que están fuera de nuestras manos aquí abajo en la tierra. Puedo creer en un meteorito que se estrella sobre la tierra casi con la misma facilidad con la que creo en las hadas que revolotean contentas sobre las flores de mi jardín. Creo que todo será local. Consumir local ¿no es lo que dicen? Y me divierto pensando, cuando veo que dos hombres discuten en la farmacia, una disputa que se ha salido de control. Como si al pelear pusieran de lado la diferencia de opiniones sobre quién estaba primero en la fila y se vieran el color de piel, la situación socio económica, la razón de fe. Y en unos minutos dos hombres más se unen al encontronazo. Luego cuatro, luego ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro. Y ya no son sólo palabras, ahora hay puñetazos, pellizcos, patadas y mordidas. Alguien ha tomado una vara larga de metal y le ha metido tremendo madrazo en la quijada a otro. Y se retuerce en el suelo. Y a nadie le importa —se puede ver lo estimulado que me encuentro. —Entonces llega el noticiero de las ocho y lo graban todo y se propaga el desacuerdo de pantalla en pantalla por todo el país como si fuera una enfermedad venérea. Llega hasta oídos extranjeros, hasta los cuerpos de paz y de la guerra. Armas de fuego, explosiones, tanques del tamaño de una casa del Infonavit que arrasan con ciudades enteras. Bombas nucleares que saltan de un lado al otro como salmones que van contracorriente. La completa aniquilación —respiro hondo. —Y esta nota suelta que debía ser breve se extiende como el fuego sobre un campo de trigo. Sin control. Por completo carente de emoción humana.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Me encantó como todo lo que escribes :*

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